11.27.2017

Una anomalía sin nombre

El interior de la taberna bullía con actividad. Los parroquianos se encontraban en sus mesas, impregnando el lugar con el sonido de sus conversaciones, discusiones y bromas. El alcohol fluía con alegría gracias al atento dueño y las trabajadoras camareras. El ambiente era muy íntimo, una tenue luz azul era lo único que iluminaba el local. Al fondo del local, ocupando una amplia mesa para si solo, se hallaba un hombre de pelo y barba rubio con los brazos cruzados, recostado y escrutando con una extraña intensidad la estancia y sus visitantes.


Este hombre tenía un aspecto singular, ni siquiera equiparable al de los marineros extranjeros que frecuentaban el lugar. Sobre el torso solo llevaba puesta una camiseta blanca de tirantes. Esto dejaba a la vista sus brazos y hombros cubiertos completamente por tatuajes. Varios de esos tatuajes, como un ancla, una nereida, una rosa de los vientos o un timón, delataban un pasado como marinero; sin embargo, otros resultaban más crípticos y oscuros... En cada una de las falanges de sus manos tenía unas extrañas runas, sobre su garganta lucía un corazón anatómico con cuchillos y agujas clavados en él, dispersos por sus brazos tenía grabados distintos símbolos cabalísticos y pertenecientes al ocultismo. Aún así su aspecto no era lo más extraño, lo realmente terrible era el aura que le rodeaba. Era un hombre roto, no había ninguna señal externa que desvelase algún tipo de sentimiento o emoción. Tanto era así que difícilmente parecía humano, lo único que desprendía era misterio y peligro. Quizás os estéis preguntando su nombre... pues siento defraudaros, hacía tiempo que había renunciado a él.

Algo cayó de una de las mesas cercanas al hombre y fue rodando hasta acabar junto a su bota. Era un dedo, posiblemente del pobre diablo que estaba alzando una jarra de cerveza, celebrando algo con sus compañeros de mesa. Cogió el miembro y se levantó del asiento lentamente. Se acercó al antiguo propietario del dedo y depositó en su jarra el miembro perdido. El parroquiano no protestó, de hecho no parecía ser consciente de la presencia del hombre tatuado. El misterioso personaje pasó por última vez una mirada a aquel tugurio. Los clientes perdían trozos de piel, pelo y dientes que acaban cayéndose en sus platos y jarras. Una de las camareras tenía la mayor parte de la nariz desprendida de la cara, mientras que el dueño del local tenía el cráneo hundido y un ojo salido de su cuenca. Lo único que no parecían perder los moradores de la taberna era la sangre, quizás porque ya no tenían.

El hombre tatuado observaba este panorama con absoluta indiferencia. Obviamente su presa había pasado por aquí. Tranquilamente se dirigió al almacén, cogió un par de cajas de absenta y volvió a la sala principal con ellas. Una a una, fue vaciando el preciado contenido de las botellas sobre los muebles y personas del lugar. El olor a alcohol flotaba en el aire, aún así nadie se daba cuenta de ello. Todos seguían absortos en sus conversaciones y labores. El hombre misterioso fue a su mesa, recogió su petate y se acercó a la mesa de salida. Sin mirar atrás, se sacó una cerilla de un bolsillo, la prendió con ayuda de su bota y la arrojó a sus espaldas. Inmediatamente se alzó el sonido del fuego en expansión y se mezcló con las voces de los parroquianos de aquella taberna que hacía tiempo que había dejado de existir. El hombre cruzó el umbral de la puerta.

Estaba en el puerto, bañado por la luz de la luna. Detrás suyo solo había una pared, ni rastro de una taberna. Respiró un poco del aire salado que tanto amaba y comenzó a caminar. Había vuelto a llegar tarde, pero sabía a dónde debía ir a continuación. No descansaría hasta acabar con aquella monstruosidad, al fin y al cabo... ¿quién lo iba a hacer si no? Desaparecío en la oscuridad de la noche, bajo un cielo sin estrellas.

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