1.14.2018

Vienen las águilas

Esa mañana llegaron los nuevos inquilinos de la casa de enfrente. Un matrimonio que aparentaba rondar la treintena, ambos de buen parecer. Los trabajadores de la empresa de mudanzas pasaron horas portando los muebles y pertenencias de la pareja hasta el interior de la vieja casona. A media tarde el resonar de un par de golpes me hizo interrumpir la lectura en la que estaba inmerso. Bajé las escaleras en dirección al recibidor y atendí a los visitantes, que no eran otros que los recién llegados al vecindario. Se presentaron como Stanley y Evelyn Conner mientras me entregaban una bandejita de pastelillos caseros. Tras hablar un durante unos minutos sobre la zona y su nuevo hogar, nos despedimos cortésmente. Nunca se me han gustado las presentaciones, sin embargo la pareja me resultó afable. No vendría mal tener por fin unos vecinos amables en este barrio de hienas.

Un par de días tras su llegada volví a entablar conversación con Stanley, cuando ambos comenzamos a segar el césped de nuestros respectivos jardines. Según me contó era abogado, lo que le había permitido ganar suficiente dinero como para poder mudarse a un barrio pudiente como el nuestro. También descubrí que ambos compartiamos el amor por los libros y, tras hablar sobre multitud de novelas y demás escritos, me comprometí a mostrarle mi biblioteca personal. Nubes portadoras de lluvia se acercaban por occidente rápidamente, así que nos apresuramos a terminar nuestra tarea y regresamos cada uno a nuestro hogar. Cuando el sol comenzaba a desaparecer en el horizonte, la lluvia comenzó a caer con creciente fuerza. Horas más tarde, en mitad de la noche, un trueno retumbó por toda la calle, haciendo temblar el suelo de mi sala de estar. Me levanté de la butaca y, apartando las cortinas, me asomé a la ventana. En ese preciso instante un rayo iluminó el paisaje con su cegadora luz. Lo siguiente que vi fue una ventana iluminada en la casa de los Conner y en ella se adivinaba la figura de Evelyn, con sus ojos mirando fijamente en mi dirección. Precipitadamente cerré las cortinas y me alejé de la ventana. Un escalofrío me había recorrido la columna vertebral en el momento en que mis ojos se cruzaron con los de ella, quizás el hacerme viejo me había vuelto impresionable ante cosas inesperadas. Me volví a sentar en la butaca sintiendo algo de vergüenza por la reacción que había tenido. Continué leyendo hasta que caí dormido con el libro en mis manos, como ya venía siendo habitual.

Durante la siguiente semana mantuve conversaciones con los Conner asiduamente. Ambos eran unas personas muy leídas y con inquietudes intelectuales. Mientras que él estaba interesado en textos históricos y filosóficos, ella se inclinaba más por la poesía. A raíz de estas charlas fuimos forjando una buena relación como vecinos, incluso un día fui invitado a cenar a su casa y compartir con ellos comida y conocimientos. Era halagador ver la atención que prestaban a mis palabras cuando les hablaba sobre diversas materias. Lamentablemente no todo fue agradable durante esos días. Mis noches comenzaron a ser interrumpidas por una oleada de pesadillas. Bueno, para ser precisos, una pesadilla recurrente. En ella me hallaba en medio de una pradera, portando en mi mano una caja de ébano,mientras que en el horizonte se distinguía una gran bandada de aves, como si de una nube de pura oscuridad se tratase. En el sueño, cuando me percataba de ese gran número de pájaros el miedo se apoderaba de mí y comenzaba a correr, tratando de huir de ellos, abrazando la caja firmemente a mi pecho. Era entonces cuando me despertaba, con un sudor frío recorriendo mi arrugada frente y mi dolorida espalda.

Finalmente un día me decidí a invitar a los Conner a la biblioteca personal que tenía en casa. Siempre he sido muy receloso con las visitas pero el matrimonio no eran unos cotillas y charlatanes como el resto de los habitantes de la zona. Aún así me costó tomar la decisión, la biblioteca constaba con volúmenes heredados de mi padre que a su vez los había heredado del suyo. Era uno de mis más preciados tesoros y algo en mí se resistía a mostrarselo a ojos que no fuesen los míos. Al día siguiente de tomar la decisión me acerqué a la casa de mis agradables vecinos y les transmití la invitación, la cual fue aceptada por Stanley, que recibió con una alegre sonrisa y palabras de agradecimiento. El resto de la jornada y del siguiente día limpiando la casa, hacía años que no tenía invitados y en este caso quería dar una buena impresión a los que cada día me acercaba más a considerar amigos.

Finalmente oí que llamaban a la puerta. Recibí a la pareja y les guíe hasta la biblioteca de la primera planta. Comencé a mostrarles mi colección de novelas, de tratados médicos y legales, de poesía... Stanley se dedicaba a inspeccionar en detalle el contenido de cada libro mientras que Evelyn hojeaba los libros de poemas, leyendo un par de cada libro y pasando al siguiente. En cierto momento Evelyn me preguntó por el baño y tras indicarle donde estaba me quedé a solas con su marido. El hombre estaba observando minuciosamente un volumen de varios siglos de antigüedad que trataba sobre la Guerra de los 100 años. No paraba de realizarme preguntas respecto a su procedencia y diversos aspectos que en él se trataban. Pasaron los minutos y me empecé a preocupar por Evelyn, ya hacía un buen rato que se había ido y aún no había regresado. Le pregunté a Stanley si su esposa se encontraba bien de salud, a lo que me respondió tras toser un par de veces que estaba algo acatarrada estos días. Me tranquilicé cuando unos segundos más tarde la mujer apareció por el umbral de la habitación. Nuestra reunión finalizó cuando la oscuridad empezó a cubrir el cielo. Cené y cuando estaba en mitad de mi rutina nocturna me di cuenta de algo: mi cajetín de llaves no estaba como siempre, la llave del sótano y de la puerta trasera estaban en posiciones intercambiadas. Esto me alteró; siempre había mantenido un orden férreo y pensar que yo había colocado las llaves en la posición incorrecta me parecía inconcebible, lo cual solo dejaba una posible respuesta: alguien había estado tocando mis cosas. La primera que se me pasó por la mente fue Evelyn, había estado fuera de mi vista cuando fue al baño, sin embargo me negaba a que la mujer hubiese traicionado así mi confianza. En ningún momento los Conner habían mostrado las tendencias entrometidas que tenían el resto de lugareños. Con un sentimiento de inquietud me fui a la cama, mañana profundizaría en el asunto.

Para mi desgracia, dormir no me ayudó a librarme de mi inquietud. La pesadilla volvió, aunque esta vez había cambiado ligeramente. Yo seguía en la pradera portando la misteriosa caja y la bandada de aves seguía viniendo desde el horizonte en mi dirección, pero esas no eran las únicas aves esta vez. Haciendo círculos sobre mí cabeza volaban dos águilas, mirándome fijamente como si fuese un ratón. De nuevo comencé a huir pero ambas aves rapaces me seguían plácidamente sin desviar sus ojos de mí. Repentinamente comencé a notar que algo se movía en el interior de la caja que tenía abrazada contra mi pecho. Seguía corriendo y corriendo, mientras que el movimiento de la "cosa" que estaba en el interior del recipiente aumentaba. Entonces desperté sudoroso en mi lecho, algo que ya se había convertido en algo común. Me di media vuelta y traté de volver a dormir. No lo conseguí.

Nada descubrí sobre el incidente de las llaves en los días posteriores. Acudí a casa de los Conner para preguntarles si habían visto algo extraño en las proximidades ese día; Evelyn, con un atisbo de curiosidad en su rostro, negó haber visto nada fuera de lo normal. Durante esta conversación algo me inquietó, aunque su tono era cordial sus ojos me miraban fría y analíticamente, como si estuviese observando a una cobaya de laboratorio. Me despedí apresuradamente y regresé a mi hogar. Cerré la puerta tras de mí con más fuerza de la que pretendía, los nervios se habían apoderado de mí. ¿Por qué me estaba mirando así Evelyn? ¿acaso había hecho algo para enfadarla? No, esa no era la mirada de alguien enfadado. Sus ojos no habían mostrado ningún tipo de pasión, solo transmitieron la frialdad de un escalpelo al abrir un cadáver. Poco a poco fui recuperando la calma aunque esa mirada se mantuvo en mi mente el resto del día. Tras este incidente me mantuve alejado de los Conner durante varios días, no estaba acostumbrado a mantener una relación de amistad y al recibir esa mirada me había hecho sentir rechazado, volviendo a mis vieja costumbre de mantenerme aislado del vecindario. Volví a hablar con Stanley cuando coincidimos un día al salir de nuestras casas, él iba a trabajar mientras que yo iba a realizar unas compras. Se mostró cordial pero algo que tenía nuestra relación días atrás ya no estaba ahí, estaba más distante y mucho menos interesado en lo que le decía. Aunque me entristeció ver esa actitud en él, una parte de mí se alegraba de haber vuelto a conversar con él y quizás tener la oportunidad de retomar las apasionada conversaciones sobre libros. Iluso de mí, ajeno a la tormenta que se acercaba a mi vida.

Las pesadillas continuaron su acoso con creciente fuerza, despertándome cada vez más aterrado y presintiendo la amenaza de algo que venía a por mí. Y no solo el mundo de los sueños me agitaba, comencé a advertir pisadas marcadas en la tierra embarrada de mi jardín, indicando que alguien había entrado en mi propiedad al cobijo de la noche. Es más, un par de días después de descubrir las pisadas me encontré con más indicios de que alguien visitaba mis terrenos; en este caso fueron secciones de tierra removida, como si hubieran cavado en busca de algo. Estos sucesos sembraron en mí la semilla de la paranoia, la cual fue creciendo y creciendo cada día. A raíz de esto, mis interacciones con los vecinos fueron disminuyendo y tornándose en desagradables. Quizás era fruto del estado mental en el que me hallaba pero su forma de actuar cuando nos encontrábamos me hacía sentir observado; sus bocas sonreían y decían palabras bonitas pero sus ojos estaban fijos en mí, recorriendo mi cuerpo fríamente, analizando mis gestos y anatomía. Finalmente la paranoia tomó el control, me encerré en casa y solo salía para comprar alimentos. Apenas recuerdo mis acciones durante esos días de incomunicación. El encierro me hizo descuidar ciertos aspectos de mi oficio para mi disgusto, sin embargo este aislamiento del exterior me ayudaba a centrarme más en el estudio y la reflexión.

La situación llegó al punto de ebullición uno de los días que fui a comprar carne al atardecer. Entré por la puerta principal cargado con tres bolsas con carne suficiente para dos semanas y resbalé ligeramente al cruzar el umbral. Miré hacia el suelo y vi como el suelo de la entrada estaba húmedo y con ciertos restos de barro. Nervioso,  me dirigí a la cocina para dejar las bolsas e investigar el origen de ese barro. Una vez liberado de mi carga fui a inspeccionar el rastro de la entrada.  Definitivamente alguien había entrado en mi casa, mi templo, sin embargo los muebles parecían estar como los había dejado al irme. Seguí la humedad y el barro del suelo hasta la escalera que daba al primer piso; subí dichas escaleras y llegué hasta el que había sido el objetivo del intruso: el cajetín de las llaves. Solo una de las llaves estaba colocada incorrectamente, la llave del sótano. Con manos temblorosas cogí la llave y bajé las escaleras al primer piso. Todo mi cuerpo temblaba cuando comencé a descender por las escaleras que daban al piso subterráneo. Finalmente apareció ante mí la pesada puerta metálica del sótano y en ese preciso instante supe que habían entrado en él; el gran candado había sido abierto por el malhechor y había huido sin volverlo a cerrar, posiblemente debido a lo complejo que era de manejar por su peso y cerradura. Caí de rodillas ante la puerta y entré en un estado catatónico. Por mi mente solo circulaba un pensamiento: han entrado en el sótano, han entrado en el sótano, han entrADO EN EL SÓTANO, HAN ENTRADO EN EL SÓTANO, EL SÓTANO, EL SÓTANO EL SÓTANO, EL SÓTANO, ENTRADO EN EL SÓTANO, SÍ, EL SÓTANO, ENTRADO EN ÉL, SÍ, EN EL SÓTANO, EL SOTANO, EL SÓT...

Estaba en mitad de la pradera portando la oscura caja de ébano de nuevo. Delante de mis ojos una pequeña polilla revoloteaba erraticamente, cosa extraña ya que era de día. Espera... ¿era de día? Alcé la vista al cielo y vi dos águilas volando en círculos sobre mi cabeza, pero por primera vez en mis pesadillas eso no era lo importante. En pleno cielo iluminado por el sol se veían los millones de puntitos de luz que eran las estrellas, brillando con tal fuerza que se sobreponían a los rayos del sol. Esa vista me produjo un gratificante cosquilleo que me recorrió por todo el cuerpo. La calma se vio interrumpida por el ruido producido por centenares de águilas que volaban a toda velocidad en mi dirección. Abracé con fuerza la caja negra y salí corriendo con ella, huyendo de las aves rapaces. Las pareja de águilas me seguían con placidez, mientras que sus aliadas surcaban el cielo velozmente tratando de darme caza. El contenido de la caja comenzó a palpitar, cada vez más y más fuerte. Súbitamente noté un pinchazo en uno de mis tobillos; una de las águilas se había abalanzado desde el cielo, clavando su pico en mi ahora sangrante tobillo. La herida me ralentizó, facilitando a la bandada de aves alcanzarme. Una a una las águilas comenzaron a lanzarse en picado hacia mí, causándome distintos cortes y arañazos en el torso. Mi final estaba cerca pero tenía una misión que cumplir, debía proteger el contenido de la caja a toda costa, con mi vida si era necesario. Dejé la caja en el suelo y me tumbé sobre ella cubriéndola, haciendo de escudo con el que sería mi último aliento. Entonces las águilas comenzaron con carnicería, sus afilados picos y garras fueron desgarrando mi piel, arrancando mi carne, perforando mis músculos, licuando mi ojo derecho... Tal como se desató la tempestad, llegó la calma. El cielo estaba repentinamente libre de aves y las estrellas brillaban con más fuerza que nunca, haciendo al Sol palidecer a su lado. En medio del verdor de la pradera había una gran mancha de sangre y mis despojos en el centro de ella. Estaba muerto, mi cuerpo nunca más se movería por si mismo y poco a poco se iría descomponiendo, sin embargo aún conservaba la consciencia. El contenido de la caja que yacía bajo mi cadáver palpitó con tal fuerza que hizo caer de lado mi cuerpo, volcando la caja durante la caída. Fue durante esa centésima de segundo cuando vi lo que había estado conteniendo la caja durante todo este tiempo. Frente a mi descarnado y tuerto rostro palpitaba un corazón negro del tamaño de mi cabeza. El Corazón de los Oscuros Secretos.

Desperté con la más amplía y sincera de las sonrisas en mi cara. Dudo que hubiese una persona más feliz que yo en el planeta en ese instante. Por fin lo había entendido, mi Maestro llevaba advirtiéndome semanas sobre la amenaza que se cernía sobre mí, pero yo como un necio no había sido capaz de entenderle. Él siempre había estado ahí para mí, tratando de protegerme mientras yo perdía el tiempo jugando y malgastando mi tiempo con el resto de humanos. Me levanté el suelo y estiré las articulaciones, afuera comenzaba a escucharse signos de actividad. Entré al sótano. De multitud de ganchos de carne colgaban mis obras de arte, mis vasijas, mis contenedores de secretos. En definitiva, cadáveres. Pero no simples cadáveres, no no no. Sus cuerpos colgaban invertidos de los ganchos con  la boca, párpados y orejas cosidos. Esa es la clave para ser una buena vasija: que tus ojos no vean, tu oídos no escuchen y tu boca no se abra. Fui de una en una besándolas en la frente mientras una lágrima se deslizaba por mi mejilla. Era triste que semejantes obras de artesanía y los secretos que contenían debiesen ser destruidos pero había que evitar que los malvados que estaban en la calle preparando el asalto se apoderasen de semejantes tesoros. ¡No!, el Maestro no me perdonaría si no protegiera los secretos. Una vez terminadas las despedidas, accedí al cuarto de emergencias. Me guardé en uno de los bolsillos el pequeño frasco que contenía la incolora sangre de mi Maestro y cogí los dos bidones de etanol. El bullicio del exterior iba en aumento, la policía había acordonado la zona y estaban preparando los alrededores para evitar mi huida. Mientras esos ignorantes con uniforme se preparaban, yo había cubierto la primera y segunda planta del líquido inflamable. Con una cerilla en la mano derecha y el frasco con fluidos divinos en la izquierda, me senté frente a la puerta de entrada. Finalmente llamaron a la puerta. Me levanté y saludé a las visitas. Stanley y Evelyn, con dos policías al lado de cada uno, me miraron con seriedad. Stanley me mostró la placa de policía mientras me decía: "Ya basta, Arnold. Hemos descubierto tu secreto. Entregate sin causar problemas, por favor". Tranquila y educadamente le pregunté que cuál era ese secreto tan grave como para que se personase con media comisaría en mi casa. "¡Por Dios, Arnold! Basta de juegos. Sabemos que eres el secuestrador astral". Entonces comencé a reírme descontroladamente. "¡¿Que sabes mi secreto?! Eres un pobre ignorante, Stanley. ¿O debería llamarte Adam Fletcher? ¡No sabes nada!", dije a la vez que prendía la cerilla con mi bota y la arrojaba a mis espaldas, desencadenando un infierno. Salté hacia delante mientras  bebía el contenido del frasco, mi plan había finalizado con éxito. Ahora que había cumplido las órdenes del Maestro tocaba divertirme, y vengarse de alguien que ha jugado con tus sentimientos se me antojaba bastante atractivo. Aproveché que aún tenía restos de los fluidos de mi Maestro en la boca para escupirselos certeramente en el ojo a Stanley. Instantaneamente el ojo del policía secreto comenzó a cubrirse de óxido mientras este se convulsionaba y aullaba de dolor. Mis entrañas también se estaban oxidando, por supuesto. Los policías abrieron fuego, agujereando todo mi cuerpo. Los rostros de los agentes se contorsionaron al ver que lo que surgía de mis heridas no era sangre sino óxido. Mi cuerpo no pudo más y se desplomó, pero mi sonrisa seguía ahí para el desconcierto de los policías. La casa mientras tanto estaba ardiendo hasta los cimientos, y comenzó a emitir crujidos que advertían de un desmoronamiento inminente. Lo que ocurrió esa noche estuvo en la mente de los testigos por el resto de sus desgraciadas vidas.

Puede decirse que, al final, yo fui el vencedor. Nunca encontraron mi cuerpo ya que se había convertido en polvo de óxido, todo lo que había en mi hogar fue destruido en el incendio, "Stanley" perdió uno de sus bonitos ojos azules y fue ingresado en el manicomio local debido a las heridas emocionales que le dejó el incidente. Quizás estés pensando: "Pero estas muerto, Arnold. Perdiste.". ¡Ja! Cuan simple eres, humano. Ahora mismo estoy acompañando a mi señor, y así será durante el resto de la eternidad. Él es el guardián del conocimiento oculto, voy a descubrir cosas que ni en tus sueños más salvajes puedes concebir, pues esa es la magnificencia del Capellán de los Oscuros Secretos.

 

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