3.04.2018

El Segundo Advenimiento

El círculo de piedras milenarias estaba bañado por la luz de la Pálida Dama.
Hileras de enmascarados en togas de ébano cercan el sagrado recinto.
Las deformes máscaras son el espejo de las virtudes sepultadas en el alma.
El gozo del tabú, la ira, los secretos perturbadores, la lujuria y la locura.
La crueldad, la gula, la venganza del débil, el orgullo, la envidia y el dominio.
Cada individuo cumple su tarea con la precisión inculcada por sus maestros.
Sus cánticos de llamada resuenan en la oscuridad de una noche silenciosa.
Convocan a la Mano, el Invocador, la Linterna, el Erudito Oscuro.
Convocan a Grimmebulin.

Un hombre de regio porte camina con autoridad hasta el centro del santuario.
Se retira la capucha, mostrando su tatuada cabeza y su majestuosa barba.
Las voces se acallan y las cabezas se inclinan; Grimmebulin ya está aquí.
Un viento fúnebre recorre los recovecos del ancestral promontorio.
El sabio comienza su intervención posando sus manos sobre el pétreo altar.
Recuerda a la congregación la importancia del poder que van a liberar.
Les recuerda que la Humanidad está sufriendo la locura del esclavo liberado.
Les recuerda que los humanos no somos los amos, sino los sirvientes.
Comienza el ritual.

Dos serían las divinidades que serían liberadas de su letargo esta noche.
El Destructor, repudiado por sus hermanos pero que rompería sus prisiones.
El Sumo Sacerdote, líder de los Divinos, a los cuales despertará uno a uno.
Las manos del magus se retiran del altar y hace un gesto a sus asistentes.
Desnudos y con sus rostros vendados, portan los materiales a su maestro.
Una piedra volcánica, la cabeza de un falso noble y ramas de tejo joven.
El hombre posiciona los ingredientes según los escritos y los hace arder.
Mientras susurra unos salmos prohibidos, se clava una daga en la lengua.
Escupe la sangre a la fogata. El mundo tiembla.

Fragmentos de roca sagrada yacen sobre la hierba, el altar se ha agrietado.
Los ojos de la siniestra multitud brillan con el fervor de la demencia.
Lo que había sido fuego y materia son ahora purpúreas cenizas humeantes.
El director del nefario acto se arrodilla ante los ominosos restos. Inspira.
El denso humo recorre sus fosas nasales y se adentra en sus entrañas.
La vapores arcanos revelan algo en su interior, la Cerradura Primigenia.
Alza solemnemente las manos, empuñando la Llave de Cobre y Hueso.
Sus brazos descienden con violencia, clavando el utensilio en su vientre.
Sangrando, abre su alma.

Un resplandor pálido le deja cegado, sus oídos pitan, su piel palpita ardiente.
Abre los ojos desvelando unas retinas asaltadas por la aberración cromática.
Sus sentidos comienzan a adaptarse al caótico entorno que ahora ocupa.
Mira a su alrededor, está en la sala más brillante y en la cámara más oscura.
Siente la abrasadora lengua del fuego y los afilados puñales del frío helador.
Las fuerzas gravitacionales comprimen sus huesos y expanden su carne.
En medio de este vórtice de irracionalidad se alza un ser impío y blasfemo.
El humano se postra ante el Señor Estelar y se entrega a su demencia.
Los vientos aúllan. El Sacerdote ha regresado.

19/02/1900 

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