5.25.2018

Noche en el Grail's Club

Aquella era una gran noche para el Grail's Club. La élite más exquisita de Londres se reuniría en el local y disfrutarían de una cena única, rodeados de un ambiente como nunca antes se había visto. ¿Las normas? Cada uno llevaría puesto el antifaz que se les haya hecho llegar y se referiría a si mismo y a los demás por el alias que se les había asignado. Dos simples normas, a partir de ahí todo estaba permitido. Se notaba cierta alteración en el ambiente de la ciudad a lo largo de aquel día, como si predijese que aquella iba a ser una noche especial y emocionante. El afortunado hombre encargado de ser el anfitrión de tan suntuoso evento no era otro que el llamado Mr. Velvet, el recién proclamado regente del club proveniente de tierras europeas. Esta noche sería su acto de presentación a la alta sociedad londinense y se aseguraría de que fuese una noche que jamás olviden.

El cielo se fue oscureciendo y la Luna comenzó a asomarse, alumbrando con su pálida luz las neblinosas calles de Londres, sin embargo el mayor foco de luz esa noche era el Grail's Club. Su fachada había sido decorada con multitud de lámparas exótica con todas las tonalidades de color imaginables y con opulentos tapices muy evocadores. En su interior Mr. Velvet se aseguraba de que todos los preparativos estaban finalizados; no podía permitirse que la noche fuese arruinada por algún detalle que se le hubiese pasado por alto. La hora de abrir se acercaba, así que se ajustó su esplendoroso traje carmesí de terciopelo y se dirigió al hall de entrada. A pesar de la niebla hacía una noche templada y agradable, ¡incluso el clima estaba de su parte! Nada podía salir mal, ahora estaba seguro de ello.

El primer invitado entró por las doradas puertas luciendo un antifaz de bronce que se asemejaba a una comadreja. Se despidió de los dos guardaespaldas que le acompañaban y se dirigió hasta Mr. Velvet. Se presentaron el uno al otro e intercambiaron un abrazo como si fuesen amigos de toda la vida. El anfitrión apuntó al invitado en el libro de asistencia y le invitó a pasar. Cruzaron la puerta y dieron a una amplia habitación cubiertas de lujos telas y adornos dorados. Pero no fue la decoración lo que llamó la atención del rechoncho enmascarado, formando una fila a cada lado de la habitación había esculturales hombres y mujeres de todo tipo de complexiones y colores, todos ellos prácticamente desnudos. Mr. Velvet sonrío al ver el gesto en el rostro de su acompañante,carraspeó para recuperar su atención y le recordó que en su local no había ningún prejuicio ni tabú. "Por favor, escoja al que va a ser su acompañante esta noche", dijo con voz melosa el anfitrión. La excitación era patente en el lenguaje corporal del noble; remoloneó un poco, haciendo un esfuerzo por revelar lo que realmente deseaba y no lo que la sociedad le había obligado a desear, finalmente se impuso a sus ataduras y seleccionó a un musculoso hombre africano. Mr. Velvet dio dos palmadas y el hombretón se retiró tras unas cortinas. "Buena elección, Mr. Guile. Más tarde se reunirá con usted.", reveló con una sonrisa socarrona. El invitado se mostró contrariado unos segundos pero rápidamente recuperó su buen humor. El anfitrión le guío hasta la gran sala del comedor y regresó a la entrada a recibir el resto de visitas.

Con discreción y excitación iban llegando los asistentes a la gala, a cada cual con una vestimenta más extravagante que el predecesor. Hombres y mujeres entraban en ese exclusivo local, seleccionaban una mascota humana y pasaban a tomar asiento en el gran salón. La algarabía en la sala iba creciendo con el paso de los minutos, convirtiéndose más adelante en cierto nerviosismo por la tardanza en el comienzo del gran banquete. Finalmente, cuando parecía que todos los invitados estaban allí se atenuaron las luces de la sala y un haz luminoso enfocó el escenario rodeado por un telón que estaba en el epicentro de la estancia. Redoble de tambores. El telón es corrido por el personal enmascarado del club. Sobre dicho escenario está Mr. Velvet sentado ante una radiante mesa dorada con incrustaciones de rubíes. El anfitrión golpea suavemente su copa con un tenedor de plata, invitando a su público a prestarle atención. "Damas y caballeros, sed bienvenidos a mi templo de los placeres, el Grail's Club. Esta noche me conoceréis como Mr. Velvet y seré vuestro guía en esta jornada de liberación y excesos.", dijo el apuesto hombre, terminando la frase con una elegante reverencia. El público estalló en aplausos, con una repentina y salvaje euforia. "Sin más demora... ¡Que entren los manjares!". Dio dos palmadas en alto y comenzaron a llegar legiones de camareros enmascarados portando suculentos platos de deliciosa carne, vinos especiados y distintos aperitivos de curioso aspecto. Mr. Velvet tomó asiento y esperó a que llegara su plato con una sonrisa. La nobleza inglesa siempre había disfrutado de pecados como la gula o la lujuria; concédeles sus más oscuros placeres y les tendrás en la palma de la mano, justo como ahora les tenía a todos. La visión de bellos cuerpos semidesnudos y darles a escoger uno de ellos, como si de ganado se tratase, había estimulado las fantasías eróticas de todos los asistentes y la jugosa carne y espirituosas bebidas les haría bajar las defensas sociales que siempre llevaban en alto. La hija de un poderoso banquero no dejaba de mirarle con ojos golosos; a su vez un primo de esta, situado en la otra esquina del salón, miraba con intensidad al anfitrión mientras se mordía el labio. ¡Je!, la noche cada vez se volvía más interesante.

Una compañía de danza bailaba alocadamente entre las mesas donde los invitados saboreaban sus cenas al son de una orquesta emplazada al fondo de la sala. Los estómagos se iban llenando y el alcohol comenzaba a resquebrajar las cadenas del autocontrol de los comensales, tanto era así que comenzaron a preguntar al servicio por sus ausentes acompañantes. En su posición preferente de la sala, Mr. Velvet se disponía a dar comienzo al auténtico espectáculo nocturno y finalizar el preludio que había sido el banquete. Tragó el último pedazo de carne y, aclarándose la garganta, se levantó del asiento e hizo sonar de nuevo su copa. Tocaba alzar el telón y revelarles la realidad a esta lastimosa piara de cerdos engalanados.

"Queridísimos invitados, espero que hayan disfrutado de los exóticos manjares que les hemos ofrecido.", dijo Mr. Velvet, recibiendo una oleada de aplausos y vítores. En medio de ese estruendo, una voz resonó sobre el resto: "No consideraría yo la carne de cerdo algo tan exótico, buen hombre. Sin embargo la compañía que me prometió de esa nívea doncella rusa... ¡eso sí es exótico! ¿Puedo preguntarle por qué es usted tan cruel de prometernos algo para luego arrebatárnoslo?". Todo el mundo se giró a observar al hombre con el antifaz de venado que se había dirigido al anfitrión. Tras unos segundos de incómodo silencio, se comenzaron a escuchar voces en señal de apoyo al hombre. Con una delicada sonrisa, Mr. Velvet  se dirigió al hombre-venado: "Mr. Bulwark, ¿no es irónico que me acuse usted de prometer algo y luego quitároslo? ¡Pensaba que esa era la labor de ustedes, los políticos!", bromeó el anfitrión, "Bromas aparte, le diré a usted y a todos los presentes lo siguiente: ninguna de las dos cosas que usted ha comentado es cierta. El banquete ha sido realmente exótico, al menos para sus paladares, y no se les ha negado en ningún momento la  presencia de los acompañantes de vuestra elección.", terminó, elevando ambas cejas y mirando a su confuso público; expectante.

Durante segundos la gran sala permaneció en silencio. Un desgarrador grito proveniente del fondo de la sala destruyó la aparente calma. Los invitados se giraron sobresaltados en busca del origen de ese atormentado alarido. Una mujer se hallaba de rodillas en el suelo, temblando por el llanto, con las manos sobre la cara cubierta por el antifaz con forma de zorro mientras negaba con la cabeza. Una sádica mueca se dibujó en el rostro de Mr. Velvet. Al fin alguien había descubierto la horrible verdad tras ese banquete.

En otro rincón de la sala se comenzó a oír la agitada respiración de alguien que sufría un ataque de ansiedad. Llantos y maldiciones comenzaron a resonar el gran salón. Habían cometido el más atroz de los crímenes que un humano podía cometer. Se habían alimentado de la carne de otra persona... y lo habían disfrutado. El pánico, la arcada y el remordimiento predominaban entre el público. Varios de los comensales intentaron forzar el vómito sin obtener resultado. Un tintineo paralizó a la trastornada muchedumbre. "Calma, amigos míos, calma. Comprendo vuestro horror pero debéis escucharme. ¿Sabéis por qué razón os sentís así? Os lo explicaré.", dijo tomando asiento de nuevo, "Estas sensaciones que estáis padeciendo ahora son las mismas por las que pasa alguien que ha sido un esclavo toda su vida. Repentinamente es liberado y puede hacer cosas que antes no podía. ¿Pero por qué se siente tan mal al realizarlas? Es simple. Porque se ha pasado toda su existencia siendo aleccionado por el látigo del patrón, recordándole continuamente que sobrepasar los límites impuestos por su condición de esclavo le supondría un castigo terrible. Pero en el momento en que él esclavo decide hacer algo, ignorando dichas limitaciones, es cuando deja de ser un esclavo, convirtiéndose en una persona.", hizo una pausa y les sonrió con calidez, "Felicidades, habéis sobrepasado las restricciones impuestas por vuestra sociedad. Ahora sois realmente libres.".

Los previamente aterrados invitados eran presa ahora de un poderoso hechizo, uno llamado aceptación. Las palabras de Mr. Velvet resonaban dentro de sus cráneos; no habían hecho nada malo, simplemente habían tenido una agradable cena. Aún así, sus nerviosos ojos delataban que no estaban completamente convencidos de su inocencia. Entonces comenzaron a recordar quienes eran y cuál era su posición. Ellos eran la élite, ellos hacían las normas y por lo tanto nadie podría castigarlos. Una carcajada generalizada estalló en la sala. El ataque de pánico y nervios se había evaporado por completo; solo quedaba una sensación de poder, quizás el poder más intenso que jamás habían sentido.

"Celebremos todos juntos vuestro despertar como individuos realmente libres. ¡Abrid todas las habitaciones! ¡Descorchad las botellas! ¡Llenad las bandejas! ¡Entregaos al placer de la carne! ¡Se acabaron las normas! ¡Que comience la auténtica fiesta!", exclamó Mr. Velvet. Se desató el caos. El ponche aliñado con sangre humana fluía por las gargantas de los más sedientos. Tanto parejas como grupos lujuriosos invitados copulaban desnudos sin dar importancia al sexo de los participantes. Los más salvajes se besaban y mordían los cuerpos, devorando la carne que habían arrancado con sus dientes. Mr. Velvet se retiró a sus aposentos acompañado de la pareja de primos que tanta atención le habían prestado esa noche. Se lo iban a pasar muy bien los tres juntos. El orondo Mr. Guile devoraba un plato muy especial que había solicitado al cocinero: los genitales de su ahora difunto acompañante. Las únicas personas que no se entregaron al pecado fueron los completamente enmascarados sirvientes, siempre atendiendo en silencio las necesidades de los desatados invitados. Vigilando que el ritual resultase un éxito.

Esa noche una tormenta había arrasado el centro de Londres. Tejados desmantelados, ventanas resquebrajadas, vagabundos fallecidos... Sin embargo, en el epicentro de esa destrucción, el Grail's Club se erguía tan majestuoso como siempre. Los consternados londinenses esperaban algún tipo de mensaje o incluso visita por parte de su rey; desafortunadamente, las autoridades reales comunicaron que su majestad, el Rey Edward VII, se encontraba indispuesto. Los murmullos en los callejones de la ciudad decían otra cosa: el rey había llegado a palacio esa noche con un desagradable mordisco en el cuello y una pequeña parte del labio inferior arrancada.


2 comentarios:

  1. Me ha dado mucho repelús, pero está muy bien descrito, eso sí.
    Buen relato. Saludos :)

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    1. ¡Muchas gracias por echarle un vistazo! Justo una de las cosas que quería causar con el relato era esa sensación de desagrado o suciedad al leerlo, aunque no ando muy convencido de mi estilo de redacción.

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